Na obra de António Ramos Rosa ocultam-se sob a capa de imagens poéticas as inquietções específicas do discurso filosófico. Assim, na lírica do poeta o corpo, a palavra, a realidade, etc., constituem motivo de raciocínio sobre o sentido e a carga poética do signo linguistico a fim de pesquisar o aspecto ontológico, ético e social do individuo. No sentido de que onde existe a palavra existe o mundo, e só onde existe o mundo existe a história. Portanto, a palavra é o fundamento do ser histórico. Ela é a fundadora do ser e da essência de todas as coisas, isto é, de tudo o que é então discutido e tratado na linguagem cotidiana.
O quotidiano é assunto onde o poeta busca a sua própria essencialidade, assim como a de tudo aquilo que é. A sua é, por conseguinte, uma busca radical como poeta e como homem que interage na sociedade. Poderia dizer-se que Ramos Rosa vai à procura duma consciência das coisas que a banalidade e a alienação contemporânea afastam.
do livro: Poemas escolhidos de António Ramos Rosa, inPoesia sempre, Número 26, Ano 14 / 2007, Ministério da Cultura, Fundação Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro.
Se não vivo ainda de um país branco e vermelho
ou de uma mulher de um magnífico fruto
se por ela não tremo e por ti não digo
ou não tremo e escrevo
sem uma estrela viva sem uma sombra de amor
é porque saí do teu ventre
e pela interdição de o fender
de o abrir na tua fenda primeira
numa Primavera derradeira
e por e por ela poderei viver ainda
e um arco-íris de sombra ou de areia
respirar como um astro subterrâneo
o espaço do mar
o sono de um canto adolescente
ó maravilhoso gemido
de um abandono
sem futuri!
Lisboa, 24-XI-06
Nascente da meia Noite
Na nascnte da Meia Noite
nada se passa que não passe
quase sem tempo de passar
num ponto indeterminável
a contradição não se imobiliza
num imperceptível movimento
não tem as margens de uma biografia
nem a imposição informativa de uma reportagem
Toda a minha família respira uma fábula viva
de um ballet de algas musicais
na linguagem da infância e das diferentes idades
desde Agripina à minúscula bailarina
de nome Sofia É a minha pequena família vivo
nesta vigília de um velador solitário
que navega na barca de uma flâmula
e não sonha na nascente da meia noite em que nada se passa que não passe
a Maria Filipe a Gisela a Isabel
como no espaço de um pensamento
ouvem a minha primeira neta Inês
tocar uma sonata de Liszt
enquanto meu netinho Francisco desenha numa folha um arco-íris
Esta é a minha pequena família que não me garante nada
que não seja a vitalidade da sua límpida inocência
19-I-07
El componente plástico-textual de Las vacas de Blanca Strepponi nos hace entender que el código que se busca por medio de su lectura es difícil de alcanzar. Lo que se observa en este texto se somete a articulaciones, porque todo queda consustanciado con el magma de fotos de las vacas, la Venus dormida del pintor renacentista Giorgio Barbarelli da Castelfranco, mejor conocido como Giorgione, y otras imágenes que crean un caos en el que el lector, deseoso de descubrir sistemas, tiene que contentarse con sospecharlos. A veces, aunque las imágenes dan la impresión de que el significado se revela cuando se combinan con el texto, ese enfoque en realidad oscurece el significado de los versos.
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del libro, Blanca Strepponi, Las vacas, Fondo Editorial Pequeña Venecia, Caracas, 1995.
Caperuza del alma, está en lo oscuro
el lobo, donde nunca
sospecharías,
y te mira
desde su roca de miseria,
su soledad, su enorme hambre.
“La niña en el bosque”, Eliseo Diego
I
el hombre se aleja
de las orillas de piedra
escucha el acompasado
batir de los remos
el lento avance
sobre el aqua quieta
de las corrientes profundas
un rumor apagado lo ciega
no hay nadie en este mundo
las montañas el agua las piedras
la luz intolerable
las voces extranjeras
las aguas se arremolinan y oscurecen
forman olas que se consumen
al contacto con las piedras
negras de la orilla
resto fracturado de algo mayor
ahora incomprensible
II
tal como el hombre en el lago
así la soledad de este cuarto
hasta aquí alcanzan
los sonidos de la calle
las voces exranjeras
hacen espumas y desaparecen
en la orilla del aire que respiro
las palabras desconocidas
llegan desde un país lejano
dichas al pasar
bajo el calor del sol
soy entonces la quieta
de párpados cerrados
junto al agua espesa
III
la mano sobre el sexo
un brazo bajo la nuca
navega venus grande
los párpados cerrados
duerme venus navegante
gruesa quieta y lampiña como vaca
pasta al borde del abismo
bebe agua de orilla
sueña los crueles
paisajes olvidados
dos mujeres en el bote inmóvil
sobre el lago helado
no preguntan a dónde van
porque no ven nada son ciegas
como vacas muertas no hablan
porque se han perdido
la una de la otra la otra de sí
IV
echadas sobre la tierra
los cuellos magníficos
y las grandes vísceras tensas
bajo el pecho abierto del día
bebo en los hermosos ojos
dos vacas y yo
ahora extienden sus cuellos
las orejas inútiles cuernos
un resplandor plomizo cae
sobre los ojos ciegos
escucho todo lo que dicen
hablan de cosas que conozco
de huesos de pezuñas
de rumores bajo el agua
¿qué esperan de mí?
V
algo se agita en el fondeo del lago
olas oscuras contra la orilla de piedras
doy golpes sobre la tierra
bebo en ellas
en el triángulo
blanco de sus frentes
me alimento de ellas
no hay quien las ame como yo
extranjeras y sagradas
vacas torpes dignas bellas
bebo en sus ojos sin fondo
las vacas muertas y yo
VI
el centro del volcán no es fuego
no es lava no es ceniza
es un lago de agua helada
un ojo azul
desierto líquido sin vida
VII
bajo la intensa luz
de un sol artificial
la gran masa de agua
apenas se agita
allí donde las niñas
chapotean en silencio
la masa de agua quieta
bajo el sol de pesadilla
kilometros de agua sucia
cae el silencio
sobre las niñas mudas
el agua cubre sus rodillas
sube la marea
VIII
el centro del mar no es agua
es una roca oscura
una isla de piedra negra
única desierta sin orillas
la luz cae sobre ella
reverbera en los bordes desnudos
las olas rompen inútiles restos
espumas
IX
hay playas donde se va a morir de miedo
kilómetros de piedras negras
formaciones ondulantes bajo los pies
que ha dejado la marea
los pies desnudos
avanzan lentamente
el agua oscura quieta
la larga playa ancha sucia
espumas
X
venus se ahoga
da lástima su pie aleta
ni sabe nadar
su mano sobre el sexo vaca
XI
en las playas donde se va a morir de miedo
las niñas escuchan voces extrañas
las niñas son de un silencio de vaca
son niñas de ojos abiertos
para los hombres sin camisa que ríen
en las casa de madera de la playa
las mujeres llevan peinados como cascos
oyen música de radio
respiran el humo del verano
el olor a carne asada de vaca
XII
el agua cubre las rodillas los muslos
el agua sube
moja el sexo
llega hasta el ombligo
no hay nadie en este mundo
tocan la puerta
la orilla de piedra
el aire que respiro
XIII
el centro del agua es un ojo mudo muerto
ojo ciego de la vaca
isla de piedra negra
sin orillas
el agua cubre el pecho
el rumor profundo es más intenso
Intelectual y militante de gran rigor, a Manuel Scorza Torres se le considera como uno de los más destacados autores de la literatura peruana e hispanoamericana. Sin embargo, aún hoy la crítica de su país lo elude y ya es poco conocido por el gran público europeo. Su producción poética ha sido una alternancia entre prosa, poesía y actividad política. Su primer poema, Rumor en la nostalgiaantigua, le valió el exilio en México a solo veinte años. A través de la documentación recogida sobre las masacres perpetradas por el ejército contra los campesinos indígenas, Scorza supo extraer nuevas ideas literarias para sus versos y novelas. En 1966 inicia un poema épico con el que quiere recuperar la memoria histórica de las rebeliones indígenas, el Cantar de Túpac Amaru. En 1974 la Universidad Nacional Autónoma de México publica su única colección de poemas.
Si se quisieran identificar los rasgos más destacados de la poesía de Manuel Scorza, habría que evidenciar la peculiar idea social de patria que posee el autor, entendida como Perú y América Latina, constituida esencialmente por pobres y oprimidos; además hay que señalar también la presencia de la recurrente vena sensual y, sobre todo, el progresivo crecimiento de una especie de delirio imaginativo. El resultado es la elaboración de versos de gran intensidad, pero al mismo tiempo de indescifrable polisemia.
Rumor en la nostalgia antigua
Cuando la luz cansada de embestir al día
vara en los muelles su cadáver dorado,
y está el silencio entre los ausentes
y las golondrinas,
poniendo huevos lentos,
¿vuelve el agua a los pétalos del rayo?
¿torna el cristal a desplumarse en la azucena?
¿escuchas al otoño, bandada por bandada, aterrizar
entre los resortes ruinosos del poniente,
me oyes llegar pisando el olor que humea
de las manzanas sumergidas, me escuchas...?
Yo recuerdo que el día en que la luciérnaga
se puso su anillo de barcos perdidos,
el tiempo bajó a mirarte hasta las cosas mudas.
¿Quién se acordó entonces del rocío sujetando
a las palomas?
¿quién racimo de planetas enfermizos?
¿quién soledad desfondada por los muertos?
¿quién cuchillo afilado en la luna?
Era el mes de las olas arrodilladas esperando
tu corona.
Era la mitad desde el plumaje deshecho de la tarde,
desde las corrientes, desde el olvido.
¡Y ahora estoy en medio de los meses invadidos,
entre las finales cáscaras del día!;
oigo que te pones el vestido sucio de un fantasma
siento que un sol ciego
te llueve con plumas aguas, y ya no te conozco.
¿Quién, pues, eres tú que desaguas eternamente
al otoño con tu cubo?
¿quién que enroscas tu barba al horizonte?
Esta es la hora
en que la luz se arranca las pestañas,
tirita el lirio en la cama polvorienta del relámpago
viaja el toro al dorso del bramido.
Esta es la hora,
en que a tu isla de párpados recién cernidos,
llega la lluvia desangrándose de ruiseñores.
¡A ver la niebla, que él está mirando!
¡A ver la hierba, que yo no tengo la culpa
que empañe el paisaje como un vaso!
¡Ah, combatiente, qué dirías si vieras
el resplandor que te encuaderna las entrañas!
¡Ya no es posible que no sepas que tus dedos
emergen de los golfos trayendo aquí
todos los días una flor de luz petrificada!
¡Ya no es posible, ni tampoco quiero,
que mi corazón se vaya
en el carruaje amarillento de las hojas!
Mas no lloradlo.
A Él lo construye perpetuamente el agua.
En el principio, cuando la lágrima vuelve
a su trono transparente, lo edifica
el viento que borra los sepulcros.
¿Qué lo han visto en los malecones
por donde llega el otoño,
de jazmín en jazmín desde el fondo de la tierra?
Levántate,
las gentes no quieren creerme
que por todas partes limitas con el alba,
que estás en la gota donde, ya en ruinas,
agitando los brazos se despide el horizonte...
Manuel Scorza, Obras completas, México, Siglo XXI, 1990.
Canto a los mineros de Bolivia
Hay que vivir ausente de uno mismo,
hay que envejecer en plena infancia,
hay que llorar de rodillas delante de un cadáver
para comprender qué noche
poblaba el corazón de los mineros.
Yo no conocía
la estatura melancólica del agua,
hasta que una tarde, en el otoño,
subí a El Alto, en La Paz,
y contemplé a los mineros ascendiendo al porvenir
por la escalera de sus balas fulgurantes.
¡Cómo olvidar a los obreros
luchando por la vida en los fusiles!
¡Cómo olvidar a los ausentes
combatiendo, de memoria, en los suburbios!
Miré sus casas
edificadas sobre el trueno,
entré a sus vidas como al carbón ardiendo,
toqué sus cuerpos
capaces de contener odio y relámpagos,
cuando era todavía la edad inclinada de sus frentes.
Yo fui a Bolivia en el otoño del tiempo.
Pregunté por la Felicidad.
No respondió nadie.
Pregunté por la Alegría.
No respondió nadie.
Pregunté por el Amor.
Un ave
cayó sobre mi pecho con las alas incendiadas.
Ardía todo en el silencio.
En las punas4 hasta el silencio es de nieve.
Comprendí que el estaño
era
una
larga
lágrima
petrificada
sobre el rostro espantado de Bolivia.
¡Nada valía el hombre!
¡A nadie le importaba si bajo su camisa
existía un cuerpo, un túnel o la muerte!
En vano cavaban los mineros
tratando de enterrar su gran fatiga;
durante siglos buscaron sus ojos ciegos en el metal,
sin saber que en la altura el llanto era neblina.
¡No haberlo sabido me avergüenza!
Porque en las ciudades los poetas
lloran la ausencia nostálgica del aire,
pero no saben lo que es vivir bajo la lluvia,
confundiendo el hambre con la sed,
y la sed con un pájaro pintado.
Yo fui uno de ellos.
Yo no sabía por qué los ríos
se secan en el sueño
y ciertos rostros en los Andes
son puras miradas melancólicas.
Hasta que los mineros,
cansados de tener una sola vida para tantas muertes,
domesticaron truenos,
nutriéronse de piedras,
bebiéronse las lluvias,
rompieron con sus manos la jaula de la vida.
En La Paz.
Era otoño.
Recordadlo.
Era otoño.
Velad por los muertos -recordadlos-.
La sangre derramada
-era otoño-
es el oído secreto de la tierra
-en el otoño-
y a través de su silencio
-era otoño-
descifra la raíz el idioma futuro de las flores
-en el otoño-
y el aire siente que su cuerpo
-era otoño-
acaba en verde campanada.
Recordadlo.
Ya lo veis desde la altura.
Aquí empieza
la dinastía sucesora del rocío.
A mi patria rota me voy.
Mas antes de partir, decidme, mineros:
¿Cuándo veré esta luz en los ojos de América?
¿Hasta cuándo jugarán a los dados
la túnica sangrienta de mi patria?
Oh, hermanos, ruiseñores verdaderos del metal,
¡prestadme vuestra muerte para edificar la vida!
Manuel Scorza, Obras completas, México, Siglo XXI, 1990.
Epístola a los poetas que vendrán
Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.
Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.
Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.
Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará al fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.
Manuel Scorza, Obras completas, México, Siglo XXI, 1990.
Los poetas
Ustedes, poetas,
¿qué creían?
Cantaban
bellísimas canciones;
en vuestra tarde hermosa
sólo sonaba
el murmullo amarillo de la fuente;
los poetas tejían
enredaderas de espuma
alrededor de las muchachas;
los poetas decían:
las aguas son transparentes
como si debajo agitaran candelabros encendidos.
Aquí algo humeaba;
no era nada,
era gente desconocida;
el humo salía de los ojos del mundo,
quemaba cisnes, mataba flores,
y ustedes, poetas, cantaban.
¡Era difícil interrumpir la melodía!
Cómo iban los poetas a decir:
«No hay papas»,
«Está sucia mi camisa»,
«La niña llora por su pan descalabrado»,
«No tengo para el alquiler»,
«No puedo, vuelva a fin de mes».
Ay, poetas,
ahora el beso
en los labios se nos pudre;
muertos estamos
de comer barbudas aves.
En verdad, os digo:
antes de que cante el gallo,
lloraréis mil veces.
Manuel Scorza, Obras completas, México, Siglo XXI, 1990.
Dalmacia
Como Jonás viví mi juventud en el vientre de Dalmacia.
Brisas eran mis cabellos, tifones mis cejas.
En tu vientre más alto que Orión millones de estorninos
revoloteaban.
Yo me sumergía a buscar pececillos, recorría
ramblas, penetraba a los iglúes a dormir con ondulantes
hembras.
El viento de marzo quiebra los frascos donde Dalmacia
guarda nuestros fetos.
Villanos: éste es el tiempo en que se menstruan los años.
Éramos felices: por nuestros anillos Saturno saltaba
dichoso.
Jaulas de alisisios, auroras palpitantes
Dalmacia me traía.
Pero faltaron las brisas, las pestes despoblaron los mares.
Bajo soles negros, la lengua seca, vagamos por océanos
calvos.
Dalmacia agonizante me vomitó sobre las playas.
Yo quise besarla,
hacia países verdes en brazos conducirla.
Yo grité desde los acantilados:
¡Dalmacia, es difícil vivir!
¡Es difícil llevarse a los labios tazas
humeantes de sueños!
No me oía.
Entre los témpanos nadaba para siempre la neblina.
Manuel Scorza, Obras completas, México, Siglo XXI, 1990.
António Lobo Antunes nasceu em Lisboa, em 1942. Estudou na Faculdade de Medicina de Lisboa e especializou-se em Psiquiatria. Exerceu, durante vários anos, a profissão de médico psiquiatra. Em 1970 foi mobilizado para o serviço militar. Embarcou para Angola no ano seguinte, tendo regressado em 1973. Em 1979 publicou os seus primeiros livros, Memória de Elefante e Os Cus de Judas, seguindo-se, em 1980, Conhecimento do Inferno. Estes primeiros livros transformaram-no imediatamente num dos autores contemporâneos mais lidos e discutidos no âmbito nacional e internacional. Todo o seu trabalho literário tem sido, ao longo dos anos, objeto dos mais diversos estudos, académicos ou não, e dos mais importantes prémios, nacionais e internacionais, entre os quais se contam o Prémio Juan Rulfo, 2008, Prémio Camões, 2007, Prémio Jerusalém, 2005, Prémio Ovidio, 2003 e Prémio Europeu de Literatura, 2001. A obra de António Lobo Antunes encontra-se traduzida em inúmeros países e recentemente foi anunciada a sua edição na prestigiosa coleção Pléiade.
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A tensão provocada pela dicotomia fundamental no homem: a coexistência do espírito puro e da matéria, proporciona a José Régio a laceração íntima provocada pela luta entre a chamada de Deus e a do Diabo. Esse conflito faz com que ele se sinta perpetuamente insatisfeito, levando-o a buscar seu próprio caminho, comunicando-nos a solidão mais completa e desesperada.