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El poeta nicaragüense Rubén Dario supo dar muestras de dominio y gran maestría sobre las ideas estéticas del modernismo en la nueva literatura latinoamericana. A través de su americanismo literario y el tono erudito con el que introduce en sus cuentos y poesías a sátiros, ninfas, cisnes, tigres y sirenas que recuerdan el Manual de zoología fantástica de Borges, Rubén Dario fecundarâ toda una corriente de la poesía y la narrativa latinoamericana del siglo XX. Un proceso que ha dinamizado a las diversas tendencias literarias del continente, que incluye a autores tan diversos como Neruda, Paz, Borges, Carlos M. Rivas, Ernesto Cardenal, Juan José Areola, Lezama Lima, Alejo Carpentier y al mismo Eduardo Lizalde.
La escritura lírica del mexicano Lizalde, llegó a definir una línea entre la belleza extrema y la angustia en la poesía iberoamericana de mediados del siglo XX. Un poeta romántico único, apenas conocido por las generaciones más jóvenes, pero que con el tiempo se ha convertido en un escritor de culto y quizás en una de las fuentes del lenguaje ultrajante más sobrecogedor de la poesía mexicana. Con expresión de dolor y aguda desilusión, Lizalde irrita con palabras a sus seres queridos, logrando una mezcla agridulce que oscila entre el cariño amoroso morboso y la devoción amorosa por alguien que desprecia. A lo largo de los años, la poesía de Elizalde entabló un diálogo con otro poeta también mexicano, Antonio Plaza (Guanajuato 1830 – Ciudad de México 1882), militar liberal progresista, quien fue cantor de la devoción amorosa hacia los seres manchados por el desprecio social.
La búsqueda literaria de Elizalde está llena de encaro ambiguo y efectivos estallidos de arrebato que revelan al lector un radicalismo escandaloso, ajeno al de la poesía contemporánea en lengua española.
Los versos de Eduardo Lizalde aquí propuestos, han sido extraídos de la edición italiana a sus poesías (al cuidado de Cinzia Marulli y Mario Meléndez), Tutto l’amore è sogno (Todo el amor es sueño), La Vita Felice, Milano, 2021.
GRANDE Y DORADO, AMIGOS, ES EL ODIO. Todo lo grande y lo dorado viene del odio. El tiempo es odio. Dicen que Dios se odiaba en acto, que se odiaba con la fuerza de los infinitos leones azules del cosmos; que se odiaba para existir. Nacen el odio, mundos, Óleos perfectísimos, revoluciones, tabacos excelentes. Cuando alguien sueña que nos odia, apenas, dento del sueño de alguien que nos ama, ya vivimos en el odio perfecto. Nadie vacila, como en el amor, a la hora del odio. El odio es la sola prueba indudable de existencia. (de El tigre en la casa, 1970)
LAMENTACIÓN POR UNA PERRA 1 Monelle También la pobre puta sueña. La más infame y sucia y rota y necia y torpe, hinchada, renga y sorda puta, sueña. Pero escuchen esto, autores, bardos suicidas del diecinueve atroz, del veinte y sus asesinos: sólo sabe soñar al tiempo mismo de corromperse. Ésa es la clave. Ésa el la lección. He ahí el camino para todos: soñar y corromperse a una. 2 Muerde la perra más inmunda es noble lirio junto a ella. Se vendería por cinco tlacos a un caimán. Es prostituta vil, artera zorra, y ya tenía podrida el alma a los cuatro años. Pero su peor defecto es otro: soy para ella el último de los hombres. 3 Muerde la perra cuando estoy dormido; rasca, rompe, excava haciendo de su hocico lanza, para destruirme. Pero hallará otra perra dentro que gime y cava hace veinte años. 4 No se conforma con hincar los dientes en esta mano mansa que ha derramado mieles en su pelo. No le basta ser perra: antes de morder, moja las fauces en el retrete. 5 ¡Qué bajos cobres ha de haber tras es aurífera corona! ¡Qué llagas verdes bajo las pulpas húmedas de su piel de esmeralda! ¡Qué despreciable perra puede ser esta. Si de veras me am! 6 Es perra, sí, pero sus hijos serán lobos, sus nietos, hienas, sus bisnietos… 7 Uno creería que termiando este poema, gastada en el papel tanta azul tinta envenenada -catarsis y todo eso-, sería más claro el rostro de las cosas, compuesto el trote del poeta, recièn bañado el tigre, vuelto al archivo el orden, al gato los tejados. Pero el dolor prosigue contra el texto, cebándose en las carnes como el can caduco y ciego, que desconoce al dueño por la noche, o bien, el amo alcohólico que muele a palos a su perra mientras ella (¡oh tristes!) lame la dura sombra que la aplasta. 8 Lavo la mano, amada en el amor de las mujeres, y la mano se dora, agradecida, se vuelve joya. Antes muñón, y garra o tronco, dórase la mano en esos páramos de miel. Pero alos cuatro días o cinco, seis cuando más, vuelve a escurrir por mis uñas ese líquido amargo y pestilente que tu piel de loba destila al ser cortada. (de El tigre en la casa, 1970)
OTRA VEZ MONELLE Un poco más franceses y seréis republicanos. Marqués de Sade Dulces señoras, lo verdaderamente despreciable no es prostituirse sino prostituirse a medias. La prostitución, si lo es a fondo puede ser honesta y defendible, cuando no se disfrace de simple liberalidad, gran mundo o buen refinamiento diplomático. No se argumente la miseria como justificante, ni se traiga a cuento la sopa o la tubercolosis de los niños. Una puta es un hecho contundente y respetable, siempre que sepa su oficio y sea profesional, y no se adorne con galas extranjeras a su especie. Sólo señoras mías, para concluir este discurso edificante - no se entusiasmen todas -, sólo es lícitamente prostituible la hermosura excepcional: solamente los dioses y las diosas saben prostituirse con arte verdadero. (de La zorra enferma, 1974)
AMOR Aman los puercos. No puede haber más excelente prueba de que el amor no es cosa tan extraordinaria (de La zorra enferma, 1974)
EL TIGRE EN CELO es como un pozo de semen, como un brazo de río: más de cincuenta veces en un día copula y se decarga largamente en la hembra, como un cielo encendido en éxtasis perpetuo, una tormenta de erecciones. Y la hembra que aúlla o vocaliza con su voz de contralto, cómica y dolorosa, pornográfica y mártir, espera al tigre que la ronda sin tregua como una tea, como un astro poseído e hirsuto. Las fieras se acarician, Rubén, bajo las vastas selvas primitivas. Es el gran circo del sexo en inconsciente y arrobada soledad acróbata. Al alba, cuando las bestias lujuriosas duermen, parece oler a sexo, también a carne macerada, en dos kilómetros a la redonda y un resplandor ligero emana de ese olimpo en que la prole del que podría preñar en horas a doscientas tigresas es grandioso rescoldo y ya se apaga como un fuego de siglos, cesa como un viento, cede como un canto. (de Caza mayor, 1979)