Eduardo Lizalde [ Ciudad de México, 1929 – 2022 ]

Créditos de la imagen: https://periodicodepoesia.unam.mx

El poeta nicaragüense Rubén Dario supo dar muestras de dominio y gran maestría sobre las ideas estéticas del modernismo en la nueva literatura latinoamericana. A través de su americanismo literario y el tono erudito con el que introduce en sus cuentos y poesías a sátiros, ninfas, cisnes, tigres y sirenas que recuerdan el Manual de zoología fantástica de Borges, Rubén Dario fecundarâ toda una corriente de la poesía y la narrativa latinoamericana del siglo XX. Un proceso que ha dinamizado a las diversas tendencias literarias del continente, que incluye a autores tan diversos como Neruda, Paz, Borges, Carlos M. Rivas, Ernesto Cardenal, Juan José Areola, Lezama Lima, Alejo Carpentier y al mismo Eduardo Lizalde.

La escritura lírica del mexicano Lizalde, llegó a definir una línea entre la belleza extrema y la angustia en la poesía iberoamericana de mediados del siglo XX. Un poeta romántico único, apenas conocido por las generaciones más jóvenes, pero que con el tiempo se ha convertido en un escritor de culto y quizás en una de las fuentes del lenguaje ultrajante más sobrecogedor de la poesía mexicana. Con expresión de dolor y aguda desilusión, Lizalde irrita con palabras a sus seres queridos, logrando una mezcla agridulce que oscila entre el cariño amoroso morboso y la devoción amorosa por alguien que desprecia. A lo largo de los años, la poesía de Elizalde entabló un diálogo con otro poeta también mexicano, Antonio Plaza (Guanajuato 1830 – Ciudad de México 1882), militar liberal progresista, quien fue cantor de la devoción amorosa hacia los seres manchados por el desprecio social.

La búsqueda literaria de Elizalde está llena de encaro ambiguo y efectivos estallidos de arrebato que revelan al lector un radicalismo escandaloso, ajeno al de la poesía contemporánea en lengua española.

Los versos de Eduardo Lizalde aquí propuestos, han sido extraídos de la edición italiana a sus poesías (al cuidado de Cinzia Marulli y Mario Meléndez), Tutto l’amore è sogno (Todo el amor es sueño), La Vita Felice, Milano, 2021.

GRANDE Y DORADO, AMIGOS, ES EL ODIO.
Todo lo grande y lo dorado
viene del odio.
El tiempo es odio.

Dicen que Dios se odiaba en acto,
que se odiaba con la fuerza
de los infinitos leones azules
del cosmos;
que se odiaba para existir.

Nacen el odio, mundos,
Óleos perfectísimos, revoluciones,
tabacos excelentes.

Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,
dento del sueño de alguien que nos ama,
ya vivimos en el odio perfecto.

Nadie vacila, como en el amor,
a la hora del odio.

El odio es la sola prueba indudable
de existencia.


(de El tigre en la casa, 1970)

LAMENTACIÓN POR UNA PERRA


1 Monelle

También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.

Pero escuchen esto,
autores,
bardos suicidas
del diecinueve atroz,
del veinte y sus asesinos:
          sólo sabe soñar
          al tiempo mismo
          de corromperse.

Ésa es la clave.
Ésa el la lección.
He ahí el camino para todos:
          soñar y corromperse a una.


2

Muerde la perra más inmunda
es noble lirio junto a ella.
Se vendería por cinco tlacos
a un caimán.
Es prostituta vil,
artera zorra,
y ya tenía podrida el alma
a los cuatro años.

Pero su peor defecto es otro:
             soy para ella el último
             de los hombres.


3

Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico lanza,
para destruirme.

              Pero hallará otra perra dentro
              que gime y cava hace veinte años.


4

No se conforma con hincar los dientes
en esta mano mansa
que ha derramado mieles en su pelo.
No le basta ser perra:
             antes de morder,
             moja las fauces
             en el retrete.


5

¡Qué bajos cobres ha de haber
tras es aurífera corona!
¡Qué llagas verdes
bajo las pulpas húmedas
de su piel de esmeralda!
¡Qué despreciable perra puede ser esta.
Si de veras me am!


6

Es perra, sí,
pero sus hijos serán lobos,
sus nietos, hienas,
sus bisnietos…


7

Uno creería que termiando este poema,
gastada en el papel tanta azul tinta envenenada
-catarsis y todo eso-,
sería más claro el rostro de las cosas,
compuesto el trote del poeta,
recièn bañado el tigre,
vuelto al archivo el orden,
al gato los tejados.

Pero el dolor prosigue contra el texto,
cebándose en las carnes
como el can caduco y ciego,
que desconoce al dueño por la noche,
o bien, el amo alcohólico
que muele a palos a su perra
mientras ella (¡oh tristes!)
lame
la dura sombra que la aplasta.


8

     Lavo la mano, amada
en el amor de las mujeres,
y la mano se dora, agradecida,
se vuelve joya.

Antes muñón, y garra o tronco,
dórase la mano
en esos páramos de miel.

Pero alos cuatro días o cinco,
seis cuando más,
vuelve a escurrir por mis uñas
ese líquido amargo y pestilente
que tu piel de loba
destila al ser cortada.


(de El tigre en la casa, 1970) 

OTRA VEZ MONELLE

                                    Un poco más franceses
                                    y seréis republicanos.

                                                Marqués de Sade



Dulces señoras,
lo verdaderamente despreciable
no es prostituirse
sino prostituirse a medias.

La prostitución, si lo es a fondo
puede ser honesta y defendible,
cuando no se disfrace
de simple liberalidad,
gran mundo o buen refinamiento
diplomático.

No se argumente la miseria
como justificante,
ni se traiga a cuento
la sopa o la tubercolosis
             de los niños.
Una puta es un hecho contundente
             y respetable,
siempre que sepa su oficio
y sea profesional,
y no se adorne
con galas extranjeras a su especie.

Sólo señoras mías,
para concluir este discurso edificante
- no se entusiasmen todas -,
sólo es lícitamente prostituible
la hermosura excepcional:
solamente los dioses y las diosas
saben prostituirse
con arte verdadero.


(de La zorra enferma, 1974)

AMOR




Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria



(de La zorra enferma, 1974)

EL TIGRE EN CELO
es como un pozo de semen,
como un brazo de río:
más de cincuenta veces en un día
copula y se decarga largamente en la hembra,
como un cielo encendido en éxtasis perpetuo,
una tormenta de erecciones.
Y la hembra que aúlla o vocaliza
con su voz de contralto,
cómica y dolorosa,
pornográfica y mártir,
espera al tigre que la ronda sin tregua
como una tea, como un astro poseído e hirsuto.
Las fieras se acarician, Rubén,
bajo las vastas selvas primitivas.
Es el gran circo del sexo
en inconsciente y arrobada
soledad acróbata.

Al alba, cuando las bestias lujuriosas duermen,
parece oler a sexo, también a carne macerada,
en dos kilómetros a la redonda
y un resplandor ligero emana de ese olimpo
en que la prole
del que podría preñar en horas a doscientas tigresas
es grandioso rescoldo y ya se apaga
como un fuego de siglos,
cesa como un viento,
cede como un canto.


(de Caza mayor, 1979)

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